Estadio Nacional “Denis Martínez”, símbolo de una nueva Historia

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Hay quienes pueden catalogarlo como una obra más, pero no lo es. Este edificio visibiliza lo que acontece en la nación: marca un antes y un después en diversos ámbitos

Redacción Central | 07/02/2017

Los edificios, como las plazas, escriben la decadencia o el esplendor de una sociedad.

Hay quienes pueden catalogar el Estadio Nacional “Denis Martínez” de una obra más, pero no lo es. Visibiliza lo que acontece en la nación: marca un antes y un después en diversos ámbitos.

Para empezar, se trata de rendir un tributo de más de 2 mil toneladas de acero reforzado y 15 mil metros cúbicos de concreto a la paz, una paz de largo aliento que cambia el sentido de la vida: que ya no se acepta Managua como el garabato de ciudad que dejaron los gobiernos inoperantes, secuela del garabato mayor que se atrevieron a llamar “democracia”.

Que tampoco se acepta al país petrificado de ayer y sin posibilidad de ser, sino a la Nicaragua que va por un derrotero original. Por eso es que el Estadio es un hito no solo en cuanto a instalaciones modernísimas: significa, por una parte, que deben ponerse nombre a las infraestructuras de hoy como ya lo anunciaron el Parque Luis Alfonso Velásquez Flores, el Paseo Xolotlán, la Plaza 22 de Agosto…, o ratificar, con razón, los que ya poseen.

En ese orden, sobresalen, sin agotar los edificios, el “Fernando Vélez Paiz”, que conservó su identidad desde su apertura, en 1944, hasta el flamante centro asistencial próximo a entrar en operaciones.

O el primer Hospital Militar, inaugurado por Anastasio Somoza García el 1 de febrero de 1956, para estrenarlo él, definitivamente, siete meses y 20 días después.

En 1979 se nombró “Alejandro Dávila Bolaños” al nosocomio castrense, pero no es hasta junio de 2015, al abrirse oficialmente el inmenso complejo actual, cuando la memoria de este intelecutal recibió la más suprema distinción.

Otros centros asistenciales y educativos empezaron, en los 80, a ser denominados con los nombres de mártires sandinistas o conocidos luchadores antisomocistas, pero en el colmo de la miseria humana, en pleno neoliberalismo, fueron rebautizados.

Aunque se evocó a los insignes patriotas durante una etapa histórica, lo cierto es que cada construcción contemporánea engrandece con todo derecho a los excelentes, más aún si estos no han fallecidos. Para ello, no obstante, se ha de romper con la mala regla de encomiar exclusivamente a los difuntos, lo que la crítica popular, en tono mejor, ha dado por bien sonado: “no hay muerto malo”.

“Chocolatito” Vs. Tradición

De la manera en que se cuestiona que una justicia tardía no es justicia, las honras post morten no se vuelven un acto justo, porque los extintos carecen de la costumbre de asistir a las muestras de estima colectiva. Y algo que es una verdad de Perogrullo, debe recordarse: ellos, ellas, ya no están más entre nosotros para enterarse de qué tan admirados fueron en su día.

¿De qué valen las ceremonias, las placas, las crónicas anuales, si la persona no podrá lucir esas condecoraciones, ver y oír lo que él o ella inspiraron en mármol, bronce o encendidas palabras?

Es una tradición extendida festejar, ciertamente, a la muerte y no tanto al muerto. ¿Quién desea glorias póstumas?  ¿Por qué no celebrar la vida de quien ha dado un testimonio de su fértil paso entre los vivientes?

Recientemente, el tetra campeón mundial, Román González, rubricó la primera reflexión pública que puso contra las cuerdas este tabú nacional, antes solo conversado por lo bajo. El razonable reclamo de “El Chocolatito” es el de muchos Arnulfos Obandos:

“Es bonito cuando te halagan, pero me he sentido un poco molesto porque hoy Arnulfo no está con nosotros, y cuando estaba vivo todo mundo hablaba mal de él, decían que era mal entrenador, eso verdaderamente duele mucho, porque nadie sabe el esfuerzo que se hace para levantar a Nicaragua en alto.

“Hoy que está muerto hablan (bien) de él, no debemos de ser así, eso duele. Tenemos buenos entrenadores, está Gustavo, Polvorita, a esa gente tenemos que darles los reconocimientos en vida, ya muertos ¿para qué?”.

Grandeza humana

Para laurear a alguien, que gracias a Dios le faltan sus buenos calendarios, se requiere de grandeza humana; esencia cristiana que se manifiesta en el amor al prójimo, y esto es posible cuando no hay envidia ni odio en el horizonte, cuando no hay ya, debemos decirlo, esa satisfacción subterránea del que espera el fallecimiento de alguien para ponerse la máscara de duelo y ser el primero en recordar a quien siempre detestó.

Por eso, más que fundarse el Estadio Nacional, se colocan los cimientos de una nueva actitud: dedicarle al primer big leaguer, Denis Martínez, el formidable espectáculo arquitectónico con el cual Nicaragua ya no tendrá más una capital desamparada.

Bien se pudo seguir en los moldes de los viejos tiempos, y no darle su lugar al granadino, porque tiempo y recursos hubo, y ni de Violeta Chamorro a Enrique Bolaños asomó el debido respeto que se merecía el héroe del diamante. ¿Y si no apreciaban a un famoso, cómo mirarían al pueblo anónimo?

Bien pudo haber quedado su nombre en el riesgoso ovalado, averiado irremediablemente desde sus bases por el terremoto de 1972. Bien pudo ignorarse las recomendaciones de geólogos responsables como William Martínez, quien ya lo había descartado por haberse emplazado, en 1948, en un área crítica para la presencia humana. Bien pudo dejarse el resto a la peligrosísima Falla Estadio para “salir” de un compromiso llamado Denis Martínez.

Sin embargo, lo que antes no se hizo hoy está por materializare. El presidente Daniel Ortega y la Vicepresidenta Rosario Murillo, en legítima representación del pueblo, le rinden un mega homenaje que será una continua fiesta deportiva.

“Con modestia aparte, ellos pensaron que me lo merecía, y que era un reconocimiento digno. Entonces yo lo acepto de todo corazón”, aseguró Denis, quien comparte con la juventud los mejores strikes de su biografía para ponchar al fracaso.

El autor del Juego Perfecto ha sido objeto de congratulaciones en Estados Unidos por su solvente actuación en el mejor béisbol del planeta, pero si en su país quedan inmortalizadas sus hazañas cuenta con el inusual privilegio que ni Cristo gozó en su patria: ser profeta en su tierra.

“Estoy aquí como que estoy volando, nunca me imaginé ver algo de esta magnitud en mi país”, dijo con júbilo adelantado, al comprobar en mayo los avances.

Denis Martínez, al hablar con más propiedad que cualquier otro, sintetizó este inédito capítulo abierto en la Historia: “La sacaron del estadio”.

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